23 de noviembre de 2011

Salando las heridas

Si hago caso a mis creencias, esto que escribo es un sinsentido. Pero hoy necesito creer en otra cosa. Me hace falta pensar que estas palabras llegan a un lugar en el que estás. Hoy necesito eso: un lugar. Y en ese lugar estás puteándome porque todavía me pierdo si agarro por una calle distinta a la que uso siempre. Y me estás puteando porque no milito lo suficiente.

Aprovecho que hoy ese lugar existe para avisarte que me quedé con el libro de Soriano. Sí, me quedé con “A sus plantas…” y no te lo pienso devolver. Dirás que es una pavada que me aferre a los objetos de ese modo, puede ser, pero igual, no te lo devuelvo. Porque es un libro y porque es Soriano y porque es uno de tus favoritos.

Para tu cumpleaños me voy a tomar una cerveza bien fría y voy a brindar con vos, sin vos. No sé si sabés, pero te dije de todo. Me hiciste enojar más que cuando le pegaste al perro, y eso es mucho. ¿Te acordás que pasé un día sin hablarte? Trajiste una Seven Up como ofrenda de paz. Estuviste astuto. Es imposible enojarse con vos por mucho tiempo.

No te preocupes, ya dejo de creer en lugares que no existen. Yo tampoco puedo deshacerme mucho tiempo de este ateísmo extremista del que, en parte, sos responsable. Ya sé (tal vez siempre lo supe) que estas palabras las va a leer cualquier persona, menos vos. Y me alegro de que sea así. Porque si las leyeras me putearías, Gordo.


P.

No hay comentarios:

Publicar un comentario