23 de noviembre de 2011

Salando las heridas

Si hago caso a mis creencias, esto que escribo es un sinsentido. Pero hoy necesito creer en otra cosa. Me hace falta pensar que estas palabras llegan a un lugar en el que estás. Hoy necesito eso: un lugar. Y en ese lugar estás puteándome porque todavía me pierdo si agarro por una calle distinta a la que uso siempre. Y me estás puteando porque no milito lo suficiente.

Aprovecho que hoy ese lugar existe para avisarte que me quedé con el libro de Soriano. Sí, me quedé con “A sus plantas…” y no te lo pienso devolver. Dirás que es una pavada que me aferre a los objetos de ese modo, puede ser, pero igual, no te lo devuelvo. Porque es un libro y porque es Soriano y porque es uno de tus favoritos.

Para tu cumpleaños me voy a tomar una cerveza bien fría y voy a brindar con vos, sin vos. No sé si sabés, pero te dije de todo. Me hiciste enojar más que cuando le pegaste al perro, y eso es mucho. ¿Te acordás que pasé un día sin hablarte? Trajiste una Seven Up como ofrenda de paz. Estuviste astuto. Es imposible enojarse con vos por mucho tiempo.

No te preocupes, ya dejo de creer en lugares que no existen. Yo tampoco puedo deshacerme mucho tiempo de este ateísmo extremista del que, en parte, sos responsable. Ya sé (tal vez siempre lo supe) que estas palabras las va a leer cualquier persona, menos vos. Y me alegro de que sea así. Porque si las leyeras me putearías, Gordo.


P.

19 de noviembre de 2011

Vivir solo cuesta vida

El muchacho hace rato que espera. “No va a venir, no va a venir” piensa. Un minuto después ella entra: sonrisa como sol y una trenza. Está tan linda, ella es tan linda.
Último llamado, se enderezó y brindó a su suerte. Junta fuerzas, carga maletas, deja abrazos. Cada vez le cuesta más volver a irse.
Él sale de la sala inmensa, llora al reír, ríe al llorar. El sueño heroico de la maravilla de dos, desde ahora, es milagro de tres. Cruza otra puerta y dice como puede a los que esperan: “ya nació”. Y se lo tragan los abrazos.
Es domingo por la tarde. La muchacha le cuenta algo a su abuelo, se agacha y le dice que lo extraña, deja las flores contra el mármol y se va. Pensando en él siempre, siempre extrañándolo.
Dos se aman en secreto y a escondidas. No tienen tiempo, ni fotos, ni tardecitas, ni siquiera planes pueden tener. Sus caricias son desesperadas como las primeras y tristes como las ultimas, hoy, sin embargo, no se abrazan. Él no puede elegirla, ella llora y nadie lo sabe.
La película continua de sus últimos tres años. La gigante pequeñez de su cuarto, las marcas en la pared, el par de fotos permitidas, el tacho, la reja, la ventana minúscula ahí arriba y el sol afuera, siempre el sol está afuera. “Mañana viene la vieja a la visita, va a ser un día hermoso” piensa.
Nadie los vio en su secreto, en su rincón. Último beso, chau, adiós. Lluvia de sal, daban sus labios rocío. Ya no son dos contra el destiempo. Mares de sal.
En el pool del fondo de un bar, dos buenos tipos salvan su amistad. Abrazo inmenso y otra vuelta más, los únicos héroes en este lío.
Una mujer en el borde del balcón, plomo el cielo gris. Piensa en morir, vuelve a elegir, otra vez vivir.
Las horas en las vidas más comunes, su suerte en el Guión Universal, historias incendiándose en el aire. Postales que nos deja el perfume de la tempestad.


R.

20 de septiembre de 2011

Violencia es mentir

Hoy un conductor se agarra a piñas furiosamente con un peatón en cualquiera de nuestras principales avenidas; otro comerciante es totalmente agredido y herido; la policía tiene que intervenir porque en un “colegio bien” de un “barrio bien” una patota de “niños bien” golpea salvajemente a un compañero; vecinos de cualquier punto de nuestra ciudad, armados y con miedo, amenazan a dos menores presuntamente delincuentes, presuntamente consumidores; otra mujer muere victima de la violencia doméstica, había hecho ya 3 denuncias.
La gente común es violenta. La violencia no es más común de lo que la gente común piensa. ¿Será que la violencia es "propiedad exclusiva del deporte, de una barrabrava o de un sector socioeconómicamente sumergido y castigado" o será que la semilla de la violencia está latente desde siempre dentro de todos nosotros?


R.

14 de septiembre de 2011

Melodrama vulgar

Afuera hay un sol radiante de esos que da pena perderlos. Vos estás en tu habitación, viste entrar el sol por la ventana y corriste la cortina oscura con un gesto de fastidio. Te quedaste ahí.
Pasó un rato. El sol seguía brillando, lo sentías ahora más que antes. Vos seguías allí.
No querías nada. Ni salir, ni quedarte dentro de esas paredes, ni mirar una película, ni jugar en el balcón. Tampoco leer, ni escuchar música.
¿Qué querías?
Sentada en el piso frío. Tu “lugar en el mundo”. Llorabas. Tampoco querías eso, mucho menos querías reír.
Escuchabas todos los ruidos de la casa y los de afuera. Claro que no los querías oir, ¿por eso llorabas más?
El aire del pequeño cuarto era irrespirable. No te terminaba de molestar eso. Seguías llorando.
Sin entender el por qué, caían una tras otra las lágrimas. ¿Realmente inexplicables? Cada vez con más fuerza.
El sol aún era fuerte. Empezó a bajar y por un pequeño espacio que dejó tu cortina sin cubrir se coló e iluminó ese papelito que tenés pegado en la pared:
Llorarás con un ojo y con el otro te reirás.

Lloraste tres lágrimas más. Sonreíste. Ya no te importaba.

R.

6 de septiembre de 2011

Tres del nueve

Los oídos te zumban
El golpe en la espalda
quema
el canto atronador
es un grito
primitivo
el polvo se levanta y nos ahoga.
Saltamos sobre una tierra que arde
y aun así sentimos, sabemos.
Este infierno está encantador
esta noche.
P.

31 de agosto de 2011

Treinta del ocho

30 de agosto

Blanquita:

Hoy me acuerdo de vos, mucho más que siempre, mientras miro el mal tiempo que muestra el ventanal.

Seguro que hubieses venido con una caja llena de muchísimas golosinas ricas. Me parecía una tontería eso de festejar un día por ser el “santo de…”, aunque no voy a negar que era divertido y que me ponía feliz (y me empachaba) esa cantidad de dulces que me regalabas. A vos te encantaba celebrarlos, te los acordabas todos, nunca supe como hacías. Yo sencillamente no podía entender por qué le dabas tanta importancia, ahora entiendo que para vos todo era sumamente importante, tal vez es un poco tarde…

No sabes cómo andan las cosas por acá, estarías asombrada. Me encantaría escucharte pelearte con el noticiero por las cosas que pasan y contestarle contenta por otras. Te imagino y me rio. ¿Te acordás que vos siempre te quejabas de que en Chile tenían que pagar muchísimo para poder estudiar y decías lo buena que era nuestra educación gratuita? Eran un poco idealizados tus comentarios sobre nuestra educación. Estarías realmente orgullosa. ¡Tu pueblo se unió! Ahora luchan por ella. Creo que si aún estuvieras acá, irías a luchar con ellos tan entusiasmadamente como cuando me leías a la noche para que duerma.

Me di cuenta de lo mucho que extraño el olor de tu crema de manos, tus expectativas a que el “hola Susana, te estamos llamando…” sea para vos, tu sublime puré de papas, tus libros, a vos.

Te vuelvo a pedir perdón, pero ya es en vano, no te abracé fuerte la última vez que pude. Perdón.

Pronto te escribo de nuevo. Otra carta que quedará en el cajón de mi mesita de luz.

Un abrazo de oso,

como el que nos debemos.

Rosi.

16 de agosto de 2011

¿Cómo no sentirme así?

En el interior de la terminal un perro duerme. Son más de las cuatro de la mañana y cuatro personas (tres hombres y la chica que atiende el kiosco) miran una película doblada con un mal intento de español neutro. Apoyado sobre la única boletería abierta, el hombre de camisa marrón (o terracota, nunca fui buena para los colores) charla con el empleado ¿qué espera? ¿Qué estamos esperando todos acá?

Alguien llama a la boletería y el empleado le pasa el teléfono al hombre de camisa marrón, él da indicaciones de cómo llegar a la terminal a la persona que está del otro lado de la línea. ¿Por qué sabe más que el empleado? Corta y siguen charlando. No espera el micro de las cuatro porque toda la gente sube y el micro se va. Él se queda y yo también ¿Qué esperamos? Yo no tengo pasaje y el hombre de camisa marrón, tampoco. El perro duerme tranquilo, él no espera nada.

Cuatro chicos entran riendo a carcajadas y se sientan, el perro se mueve, pero sigue durmiendo. Después de un rato, los chicos se van. No esperaban ningún micro. Sólo pararon a descansar.

El hombre de camisa marrón me observa, se preguntará qué espero, yo me pregunto qué espera él. Me di cuenta de que me mira y él sabe que también lo miro. Para disimular gira y sigue charlando con el empleado, yo hago que escribo.

A las cinco menos veinte el hombre de camisa marrón se despide del empleado y se va ¿qué esperaba? ¿Qué espero yo? El perro sigue durmiendo.


P.