31 de agosto de 2011

Treinta del ocho

30 de agosto

Blanquita:

Hoy me acuerdo de vos, mucho más que siempre, mientras miro el mal tiempo que muestra el ventanal.

Seguro que hubieses venido con una caja llena de muchísimas golosinas ricas. Me parecía una tontería eso de festejar un día por ser el “santo de…”, aunque no voy a negar que era divertido y que me ponía feliz (y me empachaba) esa cantidad de dulces que me regalabas. A vos te encantaba celebrarlos, te los acordabas todos, nunca supe como hacías. Yo sencillamente no podía entender por qué le dabas tanta importancia, ahora entiendo que para vos todo era sumamente importante, tal vez es un poco tarde…

No sabes cómo andan las cosas por acá, estarías asombrada. Me encantaría escucharte pelearte con el noticiero por las cosas que pasan y contestarle contenta por otras. Te imagino y me rio. ¿Te acordás que vos siempre te quejabas de que en Chile tenían que pagar muchísimo para poder estudiar y decías lo buena que era nuestra educación gratuita? Eran un poco idealizados tus comentarios sobre nuestra educación. Estarías realmente orgullosa. ¡Tu pueblo se unió! Ahora luchan por ella. Creo que si aún estuvieras acá, irías a luchar con ellos tan entusiasmadamente como cuando me leías a la noche para que duerma.

Me di cuenta de lo mucho que extraño el olor de tu crema de manos, tus expectativas a que el “hola Susana, te estamos llamando…” sea para vos, tu sublime puré de papas, tus libros, a vos.

Te vuelvo a pedir perdón, pero ya es en vano, no te abracé fuerte la última vez que pude. Perdón.

Pronto te escribo de nuevo. Otra carta que quedará en el cajón de mi mesita de luz.

Un abrazo de oso,

como el que nos debemos.

Rosi.

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